"Al ver
Simón [el Mago] que la gente recibía el
Espíritu Santo cuando los apóstoles les ponían las manos sobre la
cabeza, les ofreció dinero a los apóstoles y les dijo: —Denme ese mismo
poder que tienen ustedes. Así yo también podré darle el Espíritu Santo a
quien le imponga las manos. Pero
Pedro
le respondió: —¡Vete al infierno con todo y tu dinero! ¡Lo que Dios
da como regalo, no se compra con dinero! Tú no tienes parte con
nosotros, pues bien sabe Dios
que tus intenciones no son buenas" (Hch.
8,18-21)
● "Más te vale morir
antes que cobrar
por tu Conocimiento sobre el Arte y la Ley. (No
es lo mismo trabajar como Profesor, y cobrar como corresponde, que ser
un Maestro
del Arte de los Sabios. Éste es un Filósofo, y los Filósofos enseñan
sólo por Amor)"
● "Una actitud contemplativa es la
única forma de vivir sabiamente. (Es
mejor morir pobre y Sabio
que ser un millonario cabeza hueca)" (Fuente)
"Supliqué a Dios, y me concedió prudencia;
le pedí Espíritu de Sabiduría,
y me lo dio.
La preferí a los cetros y los tronos;
en comparación con ella, tuve en nada la riqueza.
Ninguna piedra preciosa me pareció igual a ella,
pues frente a ella todo el oro es como un puñado de arena,
y la plata vale tanto como el barro.
La amé más que a la salud y a la belleza;
la preferí a la luz del día,
porque su brillo no se apaga.
Con ella me vinieron a la vez todos los bienes,
pues me trajo incalculables riquezas;
gocé de todos esos bienes, porque la Sabiduría los gobierna,
aunque no sabía que es la madre de todos ellos.
La alcancé sin malicia y la comparto sin envidia;
no guardo para mí su riqueza.
La sabiduría es para los hombres un tesoro inagotable:
quien sabe usar de ella, logra la amistad de Dios"
(Sab.7,7-14)
“Es a través del Idealismo de la Juventud
que el hombre llega a contemplar la Verdad, y en ese Idealismo posee una
riqueza a la que no debe renunciar por nada en el mundo”
"El sol había comenzado a descender cuando
el corazón del muchacho dio señal de peligro. Estaban en medio de
gigantescas dunas, y el muchacho miró al Alquimista, pero al parecer
éste
no había notado nada. Cinco minutos más
tarde vio, delante de ellos, las siluetas de dos jinetes recortadas
contra el sol. Antes de que pudiese hablar con el Alquimista, los dos
jinetes se transformaron en diez, después en cien, hasta que las
gigantescas dunas quedaron cubiertas por ellos.
Eran guerreros vestidos de azul, con una
tiara negra sobre el turbante. Llevaban
el rostro tapado con otro velo azul que sólo dejaba al descubierto los
ojos.
Aun a distancia, los ojos mostraban la fuerza de sus almas. Y esos ojos
hablaban de muerte.
Los llevaron a un campamento militar en las inmediaciones. Un soldado
empujó al muchacho y al Alquimista al interior de una tienda, donde se
hallaban reunidos un comandante y su estado mayor. La tienda era
diferente de las que había conocido en el oasis.
- Son los espías -anunció uno de los hombres.
- Sólo somos viajeros, replicó el Alquimista.
- Se os ha visto en el campamento enemigo hace tres días. Y estuvisteis
hablando con uno de los guerreros.
- Soy un hombre que camina por el desierto y conoce las estrellas -dijo
el Alquimista- No tengo
informaciones de tropas o de movimientos de clanes. Sólo estoy guiando a
mi amigo hasta aquí.
- Quién es tu amigo? -preguntó el comandante.
- Un Alquimista -repuso el Alquimista. Conoce los poderes de la
Naturaleza.
Y desea mostrar al comandante su capacidad extraordinaria.
El muchacho, aterrado, escuchaba en silencio.
- Qué hace un extranjero en nuestra tierra? -quiso saber otro hombre.
- Ha traído dinero para ofrecer a vuestro clan -respondió el Alquimista
antes de que el
chico pudiese abrir la boca. Le cogió la bolsa y entregó las monedas de
oro al general.
El árabe las aceptó en silencio. Permitirían comprar muchas armas.
- Qué es un Alquimista? -preguntó finalmente.
- Un hombre que conoce la naturaleza y el mundo. Si él lo quisiera,
destruiría este campamento sólo con la fuerza del viento.
Los hombres rieron. Estaban acostumbrados a la fuerza de la guerra, y el
viento no detiene un golpe mortal.
Dentro del pecho de cada uno, sin embargo, sus corazones se encogieron.
Eran hombres del desierto
y como tales temían a los Hechiceros.
- Quiero verlo, dijo el General.
- Necesitamos tres días -respondió el Alquimista- Y él se transformará
en viento para mostrar la fuerza de su
poder. Si no lo consigue, nosotros os ofrecemos humildemente nuestras
vidas, en honor de vuestro clan.
- No puedes ofrecerme lo que ya es mío -dijo, arrogante, el general.
Pero concedió tres días a los viajeros.
El muchacho estaba parlizado de terror. Salió de la tienda porque el
Alquimista lo sostenía por el brazo.
- No dejes que perciban tu miedo -dijo el Alquimista- Son hombres
valientes, y desprecian a los cobardes.
El muchacho, no obstante, se había quedado sin voz. Sólo consiguió
hablar después de algún tiempo, mientras caminaban por el campamento. No
era necesario encerrarlos: los árabes se habían limitado a quitarles los
caballos.
Y una vez más el mundo mostró sus múltiples lenguajes; el desierto, que
antes era un terreno libre e infinito, se había convertido ahora en una
muralla infranqueable.
- ¡Les has dado todo mi tesoro! -exclamó el muchacho. ¡Todo lo que gané
en toda mi vida!
- Y de qué te serviría si murieras? -replicó el Alquimista- Tu dinero te
ha
salvado por tres días. Pocas veces el dinero sirve para retrasar la
muerte"
“Cuando el gorrión hace su nido en el bosque, no usa más
que una rama. Cuando el ciervo apaga su sed en el río, no bebe más que
lo que le cabe en la panza. Nosotros acumulamos cosas porque tenemos el
corazón vacío” (Fuente)